Hoy es el aniversario del peor día de mi vida. De la pasada, de la presente y seguramente de la futura.
También hoy he leído en alguna red social, que un famoso presentador, de un famoso programa, de una popular televisión, salio anoche, como un campeón, a trabajar horas después de la muerte de su madre.
He visto como sus cientos de seguidores lo felicitaban, le decían lo buen profesional que era. Como le decían lo orgullosa que su madre se sentiría, como se quitaban el sombrero ante tal hazaña y como tuvo el detalle de dedicar el programa a su madre recién muerta.
¿Qué nos pasa con la muerte?.
¿Por qué tenemos esa necesidad de hacer como que nada pasa?.
Para mí, dejarte sentir es lo que te salva. Te salva del dolor, del cuchillo que atraviesa tu vientre, tu corazón, tus entrañas. Te salva de morir ahogada por tu propio llanto, por tus mocos, por tu angustia.
Yo no quiero diluir el dolor. Eso significaría que desaparecería en la amalgama. Yo quiero hacerlo mío. Integrarlo. Cuidarlo. Dejar que me acompañe sin convertirlo en sufrimiento.
Pero para eso, he necesitado, necesito, estar muchas horas, muchos días, “sin hacer”, “sin tener que”, dejándome acompañar por la ausencia, por los planes -o no planes- de qué voy a hacer, de qué estoy haciendo sin él.
Ahora, después de tres años, no creo sentir menos dolor, porque cuando la personas que pierdes está presente en ti cada segundo del día, poco importan los años. Pero si se gestionarlo de otra manera.
Esta es mi táctica. Esta es mi estrategia. Este es mi sol de la mañana.
(Obra de E. Hopper, Sol de la mañana)
Hace unos días leí que en este país ya hay más cerdos que personas.
Esta noche he soñado con cerdos.
No se llama bloqueo, ni hartazgo, ni aburrimiento, ni desazón ni procrastinación.
Es no avanzar.
Es no salir de la nube.
Esa nube negra como el corazón del enemigo que acecha.
Resistir es lo que queda cuando todo se ha perdido.
Si pudiera volar, volaría.
Si pudiera nadar, nadaría.
Si pudiera correr, correría.
Si pudiera desaparecer...
Como si fuese música. Como si supiera cantar. Como si el baile fuese lo que mejor se le daba en la vida.
Es lo que quería.
Tocar el ukelele como Marilym en “Con faldas y a lo loco”.
Cantar como Chavela en “El último trago”.
Bailar como Pina en “La consagración de la primavera”.
¿Quien era ella para impedirlo?.
Demasiado tarde?, ¿y quién lo dice?. -Para aprender cosas nuevas, digo yo-, escuchó que le decía ella desde su habitación.
Cuanta teoría, pero si ya te lo sabes todo. ¿Lo ves?. Ya se lo decía a mamá mientras la conferenciante hablaba, “todo eso ya lo sabe ella”.
¡Ay la teoría!, la conciencia, el poner acción, ese todo pasa por algo…
¿Sabes qué?, he aprendido a utilizar las notas de voz de mi móvil. Más teoría. Y he descubierto una cosa, otra, ¡que tengo una voz horrible!.
Demasiado tarde, “¡MERDE!
Cuando la huida es hacia no se sabe dónde. Excusas baratas. No hay nada peor.
Paseos, risas, lágrimas y más risas, a veces bajo la lluvia, otras con un sol de primavera que parece verano.
Entonces meditaba, pensaba, sufría pensando, en qué momento fue cuando todo empezó a derrumbarse. Esa historia, la historia de pérdidas en la que se había convertido su vida.
Veía a los demás cómo se relacionaban y pensaba: -nadie es como tú, nadie es perfecto como tú-
Ese amor incondicional que ella explicaba como el amor a uno mismo, era hacia el otro. La consumía por dentro y por fuera. Todo se derrumbaba. No era más que un cúmulo de escombros.
Estaba sola, enferma, indefensa, sola, abandonada, sola, triste, sola.
Se ahogaba, no podía respirar, en ese tren que la llevaba a casa. No a nuestra casa. Ese tren, qué lugar más triste, que oscuro, que miedo tan terrible allí sola rodeada de gente. Jóvenes que miran el móvil, viejos que miran el móvil, bebés mirando el móvil…que extraño.
Se ahogaba. Ya casi no podía respirar.
YA CASI NO
CASI
NO
Aquella mañana,
tenía la sensación de que sería el último día de llanto a destajo.
Por cuenta propia…